miércoles, 14 de noviembre de 2012

Queremos tanto a Mater

Es sabido por todos que cuando penduleamos con Mater, lo hacemos con música. Será porque ella es músicoterapeuta, no sé. La cosa es que nos dejamos envolver por los acordes que ella ha elegido para la ocasión. Y lo que hacemos es, en una parte, bien parecido a esto:


Mater nos lleva a lo que sobrevive de primitivo en nosotros, esa cosa atávica sale, se pasea...en algún punto, nos posee. Y está bueno. Es como darle permiso para salir a jugar al salvaje que llevamos adentro. Y ahora que lo pienso, no sé bien por qué hago una relación tan directa entre salvaje y libertad. 
La cosa es que hay algo muy liberador en la forma de movernos con Mater  -mirá, ahí estaba la relación- y lo apreciamos mucho. 
Mater goza cuando penduleamos con música. Se le nota en la cara, en la sonrisa permanente, en la mirada cuando se fija en lo que hacemos y cómo. Entonces, nuestro placer (al menos el mío), es doble.
Hicimos sillas ese día, Marta y yo estábamos coordinadas a tal punto que nuestros movimientos parecían ensayados. Un placer. Es impresionante lo que los sonidos suscitan en los sentidos.
Así anduvimos, un rato siendo en la música y otro rato en las colchonetas. Yo estaba al lado de George, pero como estábamos trabajando con la mirada también no podía verlo, pero sí escuchaba. Teníamos que hacer un ejercicio con las pìernas, no recuerdo bien cuál de todos, la cosa es que Mater iba pasando por cada uno de nosotros fijándose la cosa postural cuando escucho:

-¡¿George, qué hacés?! -dice Mater entre la exasperación y la risa. George, que nunca hace de movida lo que le dicen y es experto en maniobras de distracción, empieza a murmurar cosas ininteligibles hasta que suelta:

-¡Este es el backstage!

Sólo Jorge puede largar una frase de esas sin que se le mueva un pelo (que es verdad que no tiene demasiados en la cabeza pero sí en las piernas). Demás está decir la carcajada que largué y a la mierda la postura.

Ese día, además, hubo una novedad que si se repite, voy a estar encantada, hicimos una relajación, tan profunda que quedé ahí, en una duermevela que me dejó flánida, flánida al son de Aqualáctica.


Y sí, claro, cómo no, queremos tanto a Mater.

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